SOBRE MÍ, me preguntaron y respondí…


Entrevista para el suplemento dominical “Barroco” de O.E.M.,
coordinado por Luz Angélica Colín,
para un periódico de Querétaro, México:
 
1) ¿Cuándo descubre Elisena que le gusta escribir y cuándo recibe retroalimentación sobre su "buen escribir"?

Comencé a escribir, con el gusto de hacerlo, algunos cuentos y poemas desde los once o doce años, pero hace apenas diez años descubrí que me gustaba escribir.

Descubrir que lo que uno hace se transforma en gusto y deseo por seguir haciéndolo implica un proceso de toma de conciencia que obliga a ceder tiempos y actividades para darle mayor lugar al desarrollo de ese gusto hasta volverlo una vocación, y es así porque la literatura, como ejercicio creativo, exige dedicación.

No se puede escribir en pequeños lapsos que en la oficina se presentan libres de situaciones que deban resolverse de manera inmediata, tampoco se puede escribir mientras se cuecen las papas en la estufa o se hornea un guisado ni se puede escribir si se tiene ropa girando en la lavadora… El oficio requiere un tiempo, un horario y un espacio para cubrir algunas horas de trabajo.

Al descubrir mi gusto por la escritura, pasados diez años comencé a ceder espacios y actividades que requerían la mayor parte de mi tiempo para dedicarlo a esta vocación, de la cual, por cierto, no vivo económicamente y sí me genera muchos gastos…

Escribir es un ejercicio tan noble que desde el comienzo obtuve la respectiva retroalimentación. El simple hecho de leer para escribir ya es una garantía de alimentación emocional, neuronal (para no usar la palabra “intelectual”, tan poco precisa) y, por ende, expresiva.

Respecto a ser retribuida o retroalimentada sobre mi “buen escribir”, no sé qué contestarte; honestamente no entiendo la frase “buen escribir”. Yo escribo, y lo hago como quiero hacerlo: buscando la efectividad de lo que deseo expresar y provocar en mí misma como lectora inmediata.

Si después de mí hay otros lectores y ellos quieren valorar si es bueno o malo, eficiente o deficiente lo que escribo, pues ya es asunto de ellos, que para eso son lectores, y en ese sentido el juicio de cada quien es respetable, aunque que no sea compatible con mi juicio de autora.

2) ¿Alguien inlfuenció tu decisión de escribir, algún autor, algún maestro?

Me parece que antes de que influyera alguna persona directamente sobre mi decisión, siempre hubo un elemento fundamental y constante que me motivó: el libro como objeto tangible.

En la casa siempre hubo y ha habido libros por todas partes (donde es común que los haya y donde resulta inesperado: en la biblioteca, en las habitaciones, en la sala, en el comedor, sobre las escaleras que van de un piso a otro y debajo de ellas, a veces en la cocina o en el baño… y en el patio, de vez en cuando, si salimos a leer bajo el sol).

Después de la presencia del libro está el ejemplo de ver durante largas horas a mi padre sentado ante su Olivetti azul tecleando en páginas que se volvían volúmenes de hojas sueltas  (¿recuerdas la película El resplandor?…). Pasados los meses, mi padre llevaba sus volúmenes a una imprenta y ahí los transformaban en pliegos entintados con letras, y con un olor entre nuevo e inservible, sobre los que mi papá hacía anotaciones para el impresor.

En cuestión de días, los pliegos cortados, pegados y empastados se reproducían en forma de libros, con hojas casi blancas y un olor de papel completamente nuevo; esos tomos invadían la casa antes de pasar a las manos de los respectivos compradores.

Mientras reconocía a mi padre como un hacedor de libros, aprendí lo que eran los talleres literarios. Mi padre asistía a uno coordinado por el escritor mexiquense Carlos Muciño; algunos de los talleristas con quienes compartió mi papá en aquel entonces (cuando yo tendría menos de 10 años) resultaron ser, dos años después, los fundadores de un grupo que empezó siendo literario y luego, por los oficios de sus integrantes, se tornó cultural, llamado UEMAC, Unión de Escritores Mexiquenses, Asociación Civil.

Entre los fundadores y continuadores de la UEMAC estuvieron personajes que ahora son muy reconocidos en el Estado de México, sus nombres son como instituciones para el ámbito cultural de la entidad en que radico, dos de ellos: Alejandro Aricieaga y Alfonso Sánchez Arteche.

Mi padre, Omar Ménez Espinosa, también fue fundador de la UEMAC y como era “soltero”, con dos hijas bajo su custodia, pues cargaba con ellas a muchas partes, entre otras a las reuniones con estos escritores y artistas uemaquenses.

En ese ambiente bohemio me tocaba ver y escuchar las lecturas y discusiones estilíticas y temáticas sobre los textos que cada autor exponía a los otros. Además de sus aciertos y vicios de escritura conocí las formas de expresión de cada uno y de correlación con los demás: el que era tartamudo, el que era silencioso, el o los que eran fumadores, los que no podían estar sin la taza de café, el que por debajo de la mesa de reunión sacaba su botella nalguera y llenaba su vasito desechable con alguna bebida espirituosa, el que se exaltaba y gritaba groserías, disculpándose casi inmediatamente porque los demás le hacían ver que estábamos presentes dos niñas, etcétera, etcétera… inolvidables anécdotas la mayoría de ellas.

A los once o doce años me inscribí, junto con mi hermana Rosalba Mabilia, en mi primer taller literario (que duró algunos años), coordinado también por Carlos Muciño, mi segundo maestro, después de mi padre.

Muciño me orientó sobre la fluidez en la narrativa, algunas formas de crear imágenes poéticas y la cadencia en un poema; a él le agradezco haberme puesto lecturas que yo disfrutaba sin saber ni importarme quién era el autor. Años después supe a quiénes había leído por su orientación: Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Gilberto Owen, Federico García Lorca, José Juan Tablada, Jaime Sabines, Alí Chumacero, Efraín Huerta, José Carlos Becerra, Juan José Arreola, Eraclio Zepeda, Augusto Monterroso… algunas obras que se volvieron mis libros de cabecera de aquel tiempo son: La oveja negra y demás fábulas de Monterroso; el Ómnibus de poesía mexicana, antologado por Gabriel Zaíd; la antología, a cargo de Gustavo Sáinz, de los entonces nuevos narradores mexicanos: Jaula de Palabras, y los dos tomos de Poesía en movimiento de la serie Lecturas Mexicanas, con selección y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco.

3) ¿Cómo fue Elisena de niña y cómo su imaginación?

Demasiado ingeniosa en manualidades. Era muy tímida, introvertida, al contrario de mi hermana; por eso, me daba por crear mis propios mundos, aunque fueran de papel, de tela o plastilina. Tenía ingenio para diseñar bolsas y portafolios con cartulina; ropa para los muñecos, las mascotas y para mí.

Recuerdo que parte de mi ingenio (y lo disfrutaba mucho) consistía en inventarle diálogos e historias a mis mascotas o a los pájaros y gatos silvestres que rondaban por la casa… esas invenciones las decía en voz alta para que las escuchara mi hermana. Debieron ser muy buenos mis relatos porque mi hermana siempre se atacaba de risa o se conmovía.

Además, como creía (y persiste mi creencia) que las plantas se alimentaban no sólo con lo que tomaban de la tierra y el agua, sino también con una buena dosis de pensamientos que debía ofrecerles, pues ya te imaginarás tantas posibilidades de pensamientos que me surgían para que el árbol de capulín y los geranios de la abuela crecieran.

También creía que las estrellas y el sol “escuchaban” mis pensamientos, pero eso fue cuando mis padres se separaron; después perdí el hábito de dialogar mentalmente con los astros (ahora lo hago por escrito).

4) ¿Cómo fuíste educada? Cuéntanos con detalles

Mejor omito los detalles porque me extiendo demasiado, ¡y vaya dios a saber qué indiscreciones familiares cometa (Jajajajajaj)!

Creo que en mis primeros años fui educada en un trajinar de equipajes que iban de la ciudad al campo; de Toluca a Teoloyucan; de la familia completa en el espacio paterno a la familia incompleta en el espacio materno.

El trajinar se acabó cuando mis padres, con su sabia intuición, decidieron separarse. Entonces sobrevino una serie de cambios en la casa (paterna, pues mi hermana y yo quedamos al cuidado de mi padre, y mi hermano creció bajo el cuidado de mi madre, en Teoloyucan).

A pesar de sus horas de trabajo, mi papá se dedicó a ser padre y madre de dos niñas (de 7 y 9 años) que nunca tuvieron claro los motivos de la separación… (los vine a saber hasta los 18 años) y la mayor parte de las que habían sido las funciones familiares de mi madre en el hogar las asumió mi padre.

Pero un hombre solo, a fin de cuentas, no puede dar todo, en tiempo y tolerancia (dentro de su bondad mi padre era muy estricto), así que mis tías y mi abuela cooperaron también, con buenos deseos, aunque los resultados no siempre lo fueron (mi padre nos inculcaba la libertad de culto y mi abuela pretendía lo contrario, por ejemplo).

Sin embargo, dentro de las limitaciones, que no se notaban, siempre hubo mucho interés de mi papá por inculcarnos cultura en general.

Le agradezco a él habernos motivado el juicio crítico, nos enseñó a cuestionar todo, a tratar de explicarnos, a nuestra manera, los porqués de las cosas.

5) ¿Quién o qué te leían o leías?

Cuando tenía dos años y mi familia completa (mis padres, mi hermana, que me lleva dos años, y yo… mi hermano, Rabindranath, todavía no nacía…), repito: cuando mi familia vivía en el poblado de Teoloyucan, recuerdo que mi padre nos leía a sus hijas.

Una vez que cambiamos de domicilio y comenzamos a vivir en Toluca, sobrevinieron algunos cambios, pero mi padre no dejó de leernos textos literarios.

Recuerdo las lecturas (dramatizadas) que nos hacía del Libro de la selva (de Rudyard Kipling) y de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, estando en nuestras camas antes de dormir. También recuerdo que nos leía el Cante jondo y otros poemas de Federico García Lorca.

(Conforme pasan los años, no dejo de releer a Lorca, siempre estuve enamorada del “Verde que te quiero verde…” y “A las cinco en punto de la tarde…”).

Ya te he mencionado otros libros, lecturas y autores que conocí en mi primer taller literario… además, viviendo en Toluca, la cantidad de libros y el acceso a ellos se incrementó, porque ya no sólo eran los libros de mi padre y los que le pedíamos que nos comprara, sino también los de mi abuelo, cuya biblioteca tendrá un acervo de más de 4 mil ejemplares.

La facilidad en el acceso a los libros fue porque la casa donde vivíamos estaba unida a la casa de mi abuela paterna… tal vez tanta cercanía con la paternidad y tantas diferencias culturales entre mis padres obligó a que ellos se separaran cuando mi hermano, siete años menor que yo, había nacido.

Mi abuelo falleció creo que siete años antes de que yo naciera, pero descubrí –o tal vez así quise y aún quiero creerlo- que de alguna forma dialogaba con él a través de su biblioteca, y es que, como dice Alfonso Reyes: “la vida muere, los libros permanecen”.

Mario Benedetti dice que toda biblioteca es una biografía de su dueño. La biblio-biografía de mi abuelo cuenta con gramáticas de la lengua española, enciclopedias de historias de la literatura universal, española, hispanoamericana y mexicana, clásicos de la literatura y de la filosofía, obras de Freud, psicología en general, didáctica de la enseñanza, pedagogía, historia de México y de Norteamérica, yoga y esoterismo (enfocado a la masonería), sin faltar los diccionarios de neologismos, galicismos, significados, sinónimos y de idioma alemán y francés; sumado a ello, una sección de incunables del siglo XV y XVII.

Por medio de esos libros dialogué (y todavía dialogo) con mi abuelo. Varios de esos volúmenes también ejercieron su influencia sobre mí (y sobre algunos primos, una de ellas, Evangelina, es políglota; otra, Luz del Carmen, psicóloga).

6) ¿Qué autores te influenciaron en tu forma de pensamiento, filosofia o sentido de la vida?

Augusto Monterroso, Alejo Carpentier, William Shakespeare, el Conde de Lautréamont, Charles Bukowski, Ítalo Calvino, Federico García Lorca, Vicente Huidobro, Paul Eluard, Sylvia Plath, Julio Cortázar, Panaït Istrati, Isaac Asimov, J. R. R. Tolkien, Fábio Morábito, Marosa di Giorgio, Mayakowsky, Antonio di Benedetto, Ernest Hemingway, Eduardo Lizalde, Efraín Bartolomé, Albert Camus, Samuel Beckett, Manuel Tamayo y Baus, Luigi Pirandello, Joaquín Pasos, Saúl Ibargoyen, Bernardo Ruiz…

7) ¿Quién fue el maestro o el taller que sientes determinante en tu escritura?

Determinante en mi escritura fue mi primer viaje a Cuba, en el 2002, cuando participé en La Habana y en Santa Clara en un encuentro internacional de escritores.

Fue determinante porque ahí me descubrí con una voz que no me conocía, y por voz no me refiero al sonido producido por la vibración de las cuerdas vocales, sino a lo que puedo expresar y la manera cómo lo hago en mis textos (independientemente de que tengan o no calidad; la sorpresa para mí fue tomar conciencia de que podía escribir y vivir, si ese era mi deseo).

A partir de ese viaje, adquirí más determinación respecto a lo que escribo y hago; al mismo tiempo, el hábito de escribir y viajar se convirtió en una necesidad y modo de vida.

Otro factor determinante fue el diplomado de creación literaria que realicé (del 2004 al 2005) en la Escuela de Escritores de la SOGEM; ahí tuve maestros que me enseñaron a ver el mundo de otra forma más acorde con mi vida y mis necesidades literarias, muchos de ellos supieron transmitirme tan bien lo que ellos saben que realmente me siento agradecida por su aportes.

Siempre estaré agradecida con maestros como Alejandro César Rendón, Gabriela Inclán, Víctor Ugalde, Antonio Parra, Marianne Toussaint, María Elena Aura, Beatriz Novaro, Luis Chumacero, Mario González Suárez, Enrique Rentería, Antonio Algarra, María de la Cruz Patiño, Verónica Murguía y en especial con Jaime Casillas, Saúl Ibargoyen y Bernado Ruiz.

8) ¿Cuál crees que sea el sentido social de la poesía?

El sentido social de este género literario está en sus bases ligüísticas: la poesía requiere de las palabras del poeta para transformarse en poema.

Las palabras son parte del idioma y éste del leguaje.

El lenguaje es la facultad humana de comunicación entre individuos y su producto social es el idioma, que se efectúa a partir de un conjunto de convenciones adoptadas (y adaptadas) por determinada comunidad con fines de comunicación.

A su vez, en esas convenciones influye todo tipo de contextos (sean culturales, socioeconómicos, políticos, geográficos, alimenticios, sexuales o de cualquier otro tipo) para que el poeta perciba su realidad y la exprese de determinada manera en su obra literaria.

En este sentido, tal vez la pregunta medular no gire en torno de la poesía, sino del poeta. Quizás tengamos que preguntarnos los lectores y los escritores, los políticos y los banqueros, los vendedores del mercado y los campesinos ¿cuál es la función social del poeta?

Su función va más allá del hábito de escribir poemas y hacerlo con el conocimiento de técnicas y recursos literarios, sintácticos y gramaticales; su función se relaciona con la capacidad que él tenga para observar (captar) y analizar (cuestionando, incluso) su entorno, a fin de sintetizar su análisis en la expresión poética, cuyo resultado es el poema.

Por eso el poeta se parece al filósofo, aunque se expresa de manera diferente: ambos, poeta y filósofo, poseen las bases, las herramientas, el carácter y el oficio para obtener conocimientos y procesarlos con el fin de compartirlos con quien sabe acercárseles. La diferencia está en que el filósofo es teórico y expansivo en su expresión (él argumenta), mientras que el poeta es práctico y sintético, condensa su expresión en imágenes con las que sensibiliza a su lector o auditorio y, a su vez, enseña a percibir y aprehender la sabiduría cotidiana.

El poeta enseña a “no quedarnos insensibles ante lo que nos parece obvio”; con la obra de este artista, los espectadores “debemos hacernos sencillos e ingenuos; debemos preguntar consciente y expresamente por cuanto creíamos ya sabido y conocido, cambiar los grandes billetes de la comprensión consagrada por humildes moneditas; sólo así podremos llegar a la esencia de las cosas” (Johannes Pfeiffer. La poesía. FCE, 1986).

9) ¿Cuándo se considera una escritora que es poetiza?

Una escritora se considera poetiza cuando escribe poemas (y aquí tendríamos que explicar qué es un poema, pero ésa es otra historia… por eso hay tantas escritoras y no escritoras que creen ser poetizas, y probables poetizas que ni siquiera saben que lo son).

10) ¿Un poeta, tiene que tener conciencia político-social como cualquier filósofo o intelectual? Explícanos por qué sí o por qué no

Un poeta debe tener conciencia, primero, de lo que sabe y hace, así como de lo que quiere y puede. Esa conciencia lo ubica inevitablemente en una postura política y social y lo obliga a saber más de los contextos que lo rodean.

Por qué debe tener conciencia: para analizar con más profundidad su entorno y ser eficaz en su expresión literaria e, incluso, cotidiana.

Una respuesta to “SOBRE MÍ, me preguntaron y respondí…”

  1. Luz Angélica Says:

    Que padre encontrar éste bello espacio, su nombre dice mucho de quien lo hace y de quien busca; partículas cósmicas suspendidas en la luz que nos permitan permanecer en nuestra capacidad de asombro.
     
    Sólo una pequeña aclaración para dar nombre a quien corresponde: La entrevista a Elisena la realicé yo para el Suplemento Cultural Barroco del Diario de Querétaro de OEM (Organización Editorial Mexicana), suplemento frente al cual se encuentra como editora del mismo Margarita Ladrón de Guevara. ¡Enhorabuena por este oasis de lectura!  Atte. Luz Angélica Colín

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